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lunes, 29 de marzo de 2010

Galan, esperanza asesinada

Por:Horacio Carcamo A

Luis Carlo Galán, no es solo un referente político en la historia de Colombia. Su esfuerzo por reivindicar el ideario liberal de un partido que se anquiloso en la alternación del poder, como heredero legitimo del excluyente Frente Nacional, le permitieron notoriedad en la lucha política, situado por convicción al lado de lo que el mártir antecesor, Gaitán, llamaba el país nacional. Empero más importante que aquello, fue su gigantismo ético, el torrente de su fuerza moral en una nación donde la cultura de lo fácil se enseñoreaba por cuenta del criminal negocio del narcotráfico, que nos privo de una generación excepcional de líderes. En la agonía premonitoria por prevenirnos de la desgracia que nos acechaba no vacilo en sacrificar su vida, rindiendo culto a sus ideas y al amor por la patria.
Vencido el liberalismo oficial en la gesta electoral en la que salió airoso Belisario Betancur, se hizo notoria e incuestionable la necesidad de incorporar a la colectividad el ala disidente del Nuevo Liberalismo. El partido liberal requería de esa unión para poder desentramparse de la inmovilidad ideológica, que lo convirtió en una empresa electoral, fría, incomunicada con las grandes necesidades del pueblo, e indiferente a los retos del momento. Luis Carlos Galán era consciente del gran compromiso que tenia con su generación, con las generaciones futuras y con la historia. Demostró que se podía ser rebelde e inconforme sin necesidad de irse a la montaña a empuñar el fusil. Era un soñador que no tuvo reparos para entregar su vigor, su inteligencia y su vida a la causa de la justicia social.
Su lucha fue contra el clientelismo, el narcotráfico y la violencia. Previno sobre la necesidad de evitar la concentración de poderes en el ejecutivo, por lo dañino que ello resultaba para la democracia. Creo, que con todo lo que pasaba en ese momento con la distribución sínica del poder, la mente de Luis Carlo nunca concibió la posibilidad, que un presidente cambiara cada cuatro años la Constitución Política de su país para perpetuarse en el gobierno. La reelección, para beneficiar al presidente de turno es la fase superior del clientelismo y el autoritarismo al que se refería Galán, y del que decía había que combatir en ara a la salud de las instituciones. El narcotráfico era el mal mayor, no tenía límites ni escrúpulos y había que enfrentarlo con decisión.
Esa tarea de enfrentarse a la mafia, el Estado inconsecuentemente se la había dejado solo al apóstol, y ésta término acribillándolo a balas la noche en que comenzó a desvanecerse los sueños de democracia; de eso hacen ya veinte años. Galán sabía que los dueños del negocio perverso y siniestro eran un adversario terrible, pero su valor, el compromiso con su pueblo y la coherencia de sus convicciones no le permitían rehuirlo. “El país no me conocerá como un cobarde”, les había manifestado a unos amigos, después del frustrado atentado en Medellín. El Conocía su inexorable e ineludible destino. Caminaba tranquilo, aunque apesadumbrado, como dicen que se encontraba quienes con el compartieron las últimos días y las ultimas horas, hacia la inmolación, convencido que se podía matar a los hombres pero no a sus ideas.
Parodiando a Martí, el apóstol libertario de Cuba, Galán se rebeló terriblemente contra la mafia del narcotráfico, que terminó siendo el combustible de la guerrilla terrorista y el paramilitarismo, responsables del aniquilamiento de una generación de líderes: Rodrigo Lara, Antequera, Pardo Leal, Pizarro, Bernardo Jaramillo, entre otros, que quedaron por cuenta de la metralla criminal a la vera del camino que nos conducía a una patria mejor. Lo hizo también contra el clientelismo y la corrupción para devolverle a su pueblo la libertad.
Galán vive no ha muerto. Y aunque asesinaron la esperanza el pueblo le es fiel a su recuerdo. No se canso de decirlo: “Por Colombia, por la paz, ni un paso a tras, siempre adelante y lo que fuera menester sea”. Opto por la muerte antes que sacrificar la dignidad de su pueblo, que él encarnaba.

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