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viernes, 15 de abril de 2011

Estado fallido



Por: Horacio Cárcamo Álvarez
Hacen diez años mucho se hablaba de si Colombia era un Estado fallido, y no faltaron quienes lo consideraran como tal. Aunque nos pareciera exagerado en ese tiempo, estándares definidos para evaluar la viabilidad de un Estado desbordaban nuestras posibilidades y nos ubicaban en la lista de los no, al lado de repúblicas Africanas como el Congo y Costa de Marfil.
El estándar considera viable un Estado cuando este es capaz de garantizar a sus súbditos: seguridad, bienestar y derechos. Un Estado legítimo diseña políticas públicas para satisfacer necesidades básicas de sus ciudadanos, y solo permite gobiernos democráticos apegados a los límites de la norma. Para Lord Acto un gobierno solo es legítimo si esta efectivamente limitado.
La guerrilla, el narcotráfico y por último el paramilitarismo conllevaron a los centros de estudios del mundo a cuestionar la viabilidad del Estado Colombiano; y particularmente lo hicieron a partir de uno de sus elementos constitutivo, desde el punto de vista de la teoría constitucional, el territorio.
El territorio colombiano se fracturo en por lo menos tres pedazos en los que brillo la usencia de autoridad legal, y donde además, el control y el monopolio de la fuerza corrían por cuenta de agentes armados al margen de la ley, legitimados a través del miedo y la violencia con asesinatos selectivos, masacres y desplazamientos.
Los Colombianos de a pie sentían que el Estado se desmoronaba. Los secuestros masivos a miembros de las fuerzas armadas, las pescas milagrosas, la toma indiscriminada de ciudades por parte de la guerrilla y las masacres perpetradas por paramilitares reducían a la impotencia a una sociedad civil que percibía el aparato del Estado como endeble e impotente.
Ante el fracaso de la paz Uribe propuso la mano fuerte y logro llegar a la presidencia de la república con un discurso incendiario y frentero; su modelo guerrerista hizo retroceder a la guerrilla a sus guaridas en lo más espeso de la selva y a lugares inhóspitos de las montañas. También desmovilizo a los paramilitares en un proceso controvertido y poco confiable.
También en el tiempo de la seguridad se desmovilizo, amparado en el argumento del mal mayor, la ética administrativa. Los escándalos de corrupción y las “bacrim” son el testimonio de lo que podríamos llamar el “gobierno perdido”.
Mientras se recuperaba el control del territorio crecía otro mal, igual o más peligroso a las otras plagas que nos aquejaban. La corrupción administrativa tiene en jaque al Estado; lo sucedido en estos últimos años trasciende la imaginación; de las coimas se paso al robo descarado y perpetuo.
Los Nule en Bogotá son solo una muestra de lo que sucede en un buen número de municipios y departamento del país secuestrados por mafias políticas. Así como en su momento el gobierno era impotente para controlar el territorio que usurpaban grupos armados, hoy lo es para evitar la corrupción; es consciente del fenómeno pero solo alcanza a reconocer su existencia.
Los criminales de cualquier pelambre, no le temen al Estado, por el contrario lo retan. Las “bancrin” se enfrentan a plomo contra la restitución de tierras y los funcionarios públicos hacen su agosto con la plata que es para financiar políticas públicas.
El Estado se vuelve fallido porque no encuentra como evitar que se lo roben; y de esto la sociedad y el gobierno son conscientes.

lunes, 11 de abril de 2011

La unidad



Por: Horacio Cárcamo Álvarez
Hace pocos se presento en sociedad el proyecto político denominado “La Unidad”. Como su nombre lo indica se trata de un ejercicio, suponemos, bien intencionado donde un viejo sector de la clase política acompañado de nuevos dirigentes, que pretenden la posibilidad de conducir el gobierno local, se han puesto de acuerdo para propender por el triunfo electoral en las próximas elecciones.
Hay que aplaudir la iniciativa, aunque no es muy distinta al cacareado consenso que aflora en todas las temporadas pre electoral. Sin embargo toca reconocer, que en esta ocasión se avanzo un poco más dando una línea filosófica y una declaración de principios, hecho que le imprime mucha seriedad.
Como todas las decisiones políticas “La Unidad” no puede ser perfecta, de ahí, que tenga sus debilidades y fortalezas; sus detractores y simpatizantes; sucede en toda empresa. A los detractores, o mejor, a los críticos, quienes lideran el proyecto tienen que convencerlos de sus bondades y lograr que sean los menos; empero también se tiene que trabajar por no frustrar a quienes aún no pierden la esperanza de que las cosas cambien para bien.
Unas de las debilidades que tiene la propuesta es que parte de auto postulado candidatos, es decir inicia por el final, pero esto tiene como contrapeso el compromiso de hacer la política de otra forma, es decir: sin comprar votos, sin convertir la pobreza en ventaja electoral, sin repartir zin ni cemento. Si esto es sincero y se permite la llegada de otras personas a quienes sectores de la sociedad magangueleña les han pedido su participación en el debate se puede decir con optimismo: hay buena mar.
La presencia en el proyecto de personas como Tito Posso le aporta credibilidad a “La Unidad”, por supuesto insuficiente cuando la percepción, con o sin razón, que se tiene de la clase política no es la mejor, y peor si los hechos así lo demuestran. No es fácil para quienes ya tienen un largo tiempo participando como dirigentes presentarse y decirle a la gente, ahora sí, a partir de ya las cosas son diferentes.
Si se es fiel a los postulados del proyecto, debe invitarse a él dirigentes vigentes en el consciente colectivo; Marcelo Torres y Alfredo Posada tienen que estar ahí, son necesarios en la lucha, son importantes por sus meritorios logros en la vida pública. Las grandes batallas se libran en el campo y la victoria se obtiene con buenos generales.
El momento que vive Magangué, comparable solo con una tragedia exige que se depongan diferencias y se aplacen rivalidades, las contradicciones entre quienes se pueden unir son ventajas para el adversario, y aquí una ventaja que facilite el triunfo de lo que se quiere derrotar significa cuatro años más de los mismo.
Una de las características de las revoluciones es la hermandad en la lucha, a pesar de las enormes diferencias religiosas o políticas entre quienes combaten juntos en el frente. En las revoluciones quien une es el enemigo a derrotar, jamás las identidades.
El ejemplo de constricción es el mejor instrumento para sacar del escepticismo a la ciudadanía. Saulo de Tarso, quien después se conociera como San Pablo de Tarso, de perseguir a los cristiano paso a ser apóstol de Jesús.