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lunes, 7 de febrero de 2011

Tiranos en democrácias


Por: Horacio Cárcamo Álvarez
Es una constante histórica que los gobernantes ignoren, o subestimen la capacidad de reacción de sus pueblos. Pese la abundancia de hechos de rebeldías y protestas que han terminado en revoluciones el mal gobernante cree que la situación siempre es controlable con la vetusta estrategia de entregar migajas para mitigar el hambre y matones encargados de promover el miedo e intimidar la oposición.
El faraón Hosni Mubarak, presidente de Egipto respondió con balas y garrote al reclamo que su pueblo pacíficamente le presento. Los jóvenes llegaron hasta la plaza de la liberación a demandar democracia y libertades; a notificarle al tirano anciano y enfermo con un cáncer que no le querían en el gobierno usurpado con elecciones acomodadas. También, la decisión de no abandonar la plaza antes de la victoria final. ¡Váyase ya!, corea la multitud enervada de patriotismo, muy convencida que es ahora o nunca.
No es creíble la promesa de cambios como los que hoy ofrece el presidente del país africano ante la inminente caída de régimen.
Treinta años de represión, corrupción y desempleo están a punto de pasar al recuerdo horrendo de la historia; otro sátrapa más en la galería de los indeseables del mundo. La gente en la lucha se convierte en el coco del malvado. Los tiempos se vencen y el tirano teme la fuerza imparable del pueblo en la calle donde es invencible, y no le teme a la metralla.
En la mentalidad moderna tirano es el gobernante que se hace al poder a provechando la simpatía pública o a través de la fuerza. Desde los griegos la tiranía era el peor de los regímenes y por lo tanto no se podía concebir en ninguna Constitución.
El tirano de hoy se camufla en la democracia, se elige en las urnas con artificios o apelando a temas sensibles, seguridad y confianza inversionista, y luego hace cualquier cosa para perpetuarse en el poder. Para ellos las elecciones no son un instrumento de participación ciudadana sino, una mera formalidad que se atiende haciendo uso del poder.
Así las cosas, ni el pueblo participa libérrimamente en la escogencia de sus gobernantes, ni estos representan a la sociedad. Montesquieu sostenía que la peor tiranía era la que se ejercía a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia.
No es difícil identificar un tirano. Cuando el gobernante es el resultado de la compra venta de votos o de la intimidación, representa el interés de quienes los financian y adulan, se enriquecen ellos y sus patrocinadores con los recursos públicos destinados a aliviar las necesidades de los más pobres y se aferran al poder hasta con los dientes; estamos en presencia de uno de ellos.
Ninguna diferencia hay entre Baby Doc, Mubarak, y otros tiranos famosos como los Somoza y Batista, y un gobernante sin nombre que un día aparece con capacidad de costearse la compra del cargo. Aquellos y este solo tienen tiempo para pensar en la estrategia que les permita alzarse con los dineros del pueblo sin dejar o dejando huellas.
Hay otras coincidencias en los pueblos gobernados por déspotas: desprecio hacia la institucionalidad, miedo a los matones, miseria, desempleo, ignorancia y resignación. En estos sistemas políticos lo único que abunda en el pueblo es hambre y lombrices en los barrigones de sus hijos.

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