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lunes, 29 de marzo de 2010

Año nuevo temas viejos

Por: Horacio Cárcamo Álvarez
Iniciamos un nuevo año, el primero de otra década inaugurada con la misma incertidumbre con las que terminamos el año y la década inmediatamente anterior. Lo digo porque por cuenta del presidente Uribe no se termina de definir si los colombianos optaremos por la tiranía o por la democracia.
La re-reelección termino por afectar la razón y bloqueo la inteligencia de quienes con argumentos rebuscados salen a explicar las bondades y ventajas que tiene para el país renunciar a la democracia en aras a un propósito superior, en este caso el de la seguridad mesiánica.
Paradójicamente solo por fuera del país se ha entendido que Colombia no transita por el camino correcto y mucho son los riesgos que se asumen cuando se antepone el caudillismo a las instituciones. Publicaciones serias como la revista The Economist y el diario El País, entre otras, nos lo han advertido; empero los áulicos del césar no se detienen, sus interés mediáticos son superiores a la salud de la patria y para defender el negocio económico o político le hacen creer al presidente que él es insustituible, que nadie antes había gobernado a este país y que la paz silenciando las barbaridades de la guerrilla solo será posible con su dirección no importa si se afrenta el estándar mínimo de cualquier democracia, la alternatividad en el poder.
Ahora resulta que sin Uribe no se puede combatir a la guerrilla de la Farc. Esta banda terrorista se ha convertido en la última década en el gran elector; sus actos dementes y forajidos eligieron a Pastrana y a Uribe. Las encuestas de opinión indican que a la ciudadanía no le importa si el país involuciona, ni el hecho de que la moral pública se afecte con los negocios de los hijos del presidente o con actos de corrupción tan execrables como el de “Agro Ingreso Seguro”, el papá de los escándalos. Pareciera como si la recuperación de las carreteras y la posibilidad de regresar a las fincas con más tranquilidad, advirtiendo que es un privilegio de pocos en un país de terratenientes, le dan patente de corso a quienes ostentan el poder para hacer lo que les permite la ley y la ética pública y lo que le prohíben las mismas.
Al cesar lo que es del césar y a Dios lo de Dios; con el presidente Uribe se recupero la fe y su incansable estilo de trabajo genero en el subconsciente colectivo la tranquilidad que despierta la eficiencia del guardián de la heredad. No obstante su modelo económico y la manera no santa de lograr de la política lo necesario para alcanzar sus propósitos denotan fatiga.
La confianza inversionista y el crecimiento económico del que tanto alarde hace el gobierno no se sabe a quienes beneficio, pues, el desempleo se trepo en el 12 por ciento haciendo que Colombia tenga una de las tasas más altas de América Latina y lo mismo sucedió con el subempleo y la informalidad. Los sietes años Uribe consolidaron un país en donde a los ricos les va muy bien, la clase media se empobrece y los pobres se pauperizan.
En cuanto a la política el gobierno no guardo escrúpulos cuando de comprar votos en el Congreso de la República se trataba para defender a sus ministros de la moción de censura por actos de corrupción o para aceitar el transito del maltrecho referendo reeleccionista que garantiza perpetuarse en el poder. Bonita forma de defender la democracia.

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