Por: Horacio Cárcamo Álvarez
Hace pocos días el presidente de Colombia en una alocución televisada a través de la cual anunciaba las medidas que se adoptaron para hacerle frente a los desastres materiales y en pérdidas humanas ocasionados por el invierno trajo de las páginas de la historia una frase premonitoria con una carga moral incuestionable.
En esta ocasión de calamidad el presidente Santos citó al libertador, quien luego del terremoto que sacudió a Caracas en 1812, de pie sobre los escombros del monasterio de San Jacinto desparpajo a los mojigatos caraqueños que culpaban de la catástrofe natural el hecho de haberse rebelado contra la corona Española. Para que no quedaran dudas de la decisión irrevocable de la lucha por la libertad Bolívar les advirtió: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.
El genio de América y precursor del pensamiento anti imperialista, tenía claro que la libertad y la autodeterminación de los pueblos era un derecho inspirado en el concepto divino de justicia al que, ni siquiera el mismo Dios podía oponerse. Si la tierra se sacudía lo hacía por leyes propias de la naturaleza, y si ésta, en un desvarío de su lógica pretendía oponerse al designio democrático de los pueblos, no les quedaba camino distinto al de someterla.
Desde el punto de vista metafórico el presidente ha significado la decisión de enfrentar a la naturaleza con la voluntad férrea y los recursos del gobierno. En esa empresa ha convocado la solidaridad de los colombianos para enfrentar estos momentos de sufrimientos. Atender a los compatriotas afligidos por el dolor de la tragedia invernal es tarea humanitaria; además interpreta los fines esencialísimos del Estado Social de Derecho en lo que al propósito del bienestar general se refiere.
Los ríos del país se enloquecieron y desobedecieron sus cauces para irrumpir la tranquilidad de quienes menos tienen castigándoles con la destrucción de sus precarios bienes y el sacrificio en vidas de seres queridos. Las lluvias también, por estos días, incitan a la montaña a que desaloje al invasor que la profana para albergarse con su familia en improvisadas viviendas, solo bonitas cuando en las noches simulan un arbolito de navidad.
Colombia es un país de damnificados. Los hay por cuenta de los paramilitares, la guerrilla, la pobreza y ahora el agua. El Agua que simboliza la vida se puso la careta de la muerte y enluta a familias, barrios y ciudades. El tesón que ha caracterizado al presidente Santos hasta hora, y que le ha valido la confianza y el reconocimiento de los ciudadanos tiene que aprovecharse para liberar a ésta tierra ejemplar de tantas tragedias; en particular de aquellas históricas como la pobreza, la violencia y la corrupción.
Tanta seguridad democrática y tanta confianza inversionista no han sido suficientes para evitar que unos compatriotas tengan que treparse en la montaña ha edificar sus casas de adobe y cartón, y que otros inventen de que vivir en los semáforos mientras los despojan de sus tierras, que luego explotan sus usurpadores con la complicidad del Estado y los recursos de todos los colombianos convertidos en capital para el estimulo de la productividad en programas que avergüenza, como el de agro ingreso seguro.
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