Por: Horacio Cárcamo Álvarez
El alud de malas noticias que copa la prensa en todas sus modalidades ha influido en el colectivo social hasta el punto de retorcer cimientos éticos y morales que en otrora orientaban el comportamiento de los hombres. Tanta influencia ha posibilitado estructurar, de hecho, unos códigos de valores tergiversados en los que la confusión posibilita darle a villanos la categoría de héroes.
La sociedad de consumo, el afán por la riqueza fácil, la crisis de la familia y el fracaso del modelo educativo han hecho que una generación de colombianos prefiera la vida azarosa e intensa, a la de virtudes, sosegada y de trabajo. Se quiere de todo, bastante y ya; y para lograrlo no importa; se asume cualquier riesgo. La moda es ser igual a los demás, hablar, comer y vestir como los demás.
Anteponerse a esa corriente universal no es fácil, empero resulta gratificante la existencia de personas a quienes la tozudez de los sueños los tiene bogando contra la corriente. Este espécimen raro en vía de extinción resalta como pavo real en mundo de pingüinos, abandera causas, y a sume liderazgos convencido que el verdadero patrimonio del hombre es perdurar por su obra en el recuerdo de los demás y en el registro positivo de la historia.
A los “founding fathers”, padres fundadores, de los Estados Unidos de América: Washington, Jefferson, Franklin, Madinson y Hamilton se les recuerda por sus luchas; lo propio sucede con los nuestros: Bolívar, Nariño, Sucre y Santander, quienes al igual que sus inspiradores superaron el olvido de la muerte con el legado libertario del que hicieron beneficiario a su pueblo. Lo ofrendado a la causa de los pueblos, la defensa del interés general y la lucha por la libertad aún no terminan de llenar las páginas de la historia.
Cuando hay causas y líderes izando sus banderas, por muy crítica que este la situación, quedan esperanzas. Nada se ha perdido, porque aún hay gente en el combate.
La causa de La Magangueleñidad no solo es un propósito cultural y folklórico, es también una bandera política que pretende aumentar la autoestima colectiva, para a partir de la retrospectiva de tiempos gloriosos Magangué rescate la dignidad que le han mancillado. En esa labor queda la tranquilidad ofrecida por Rondón a Bolívar cuando era inminente la derrota de la independencia en los Pantanos de Vargas. En Magangué quedan muchos Rondones que aún no se rinden; uno de ellos es sin duda, ni exageraciones, Álvaro Anaya; enamorado de todos los tiempos de su pueblo, soñador e ingenuo como los héroes.
Quienes conocemos a Álvaro Anaya sabemos de sus grandes calidades como ser humano y de sus luchas por Magangué en la tarea por cultivar el civismo y la civilidad. Esta vez por mucho que pretenda no podrá pasar inadvertido como es su estilo y talante, porque la Magangueleñidad tiene su impronta, y en algún tiempo habrá que reconocerle por su labor el título de héroe.
Como dijo el poeta, “todo pasa, todo muere, la materia viene y va, pero tan solo perdura lo invisible lo inmortal”. El recuerdo de quienes luchan por los pueblos es perenne, porque son invencibles e inmortales.
Cuando todo pase volverán a brillar estrellas en el cielo.