Por: Horacio Cárcamo Álvarez
De pláceme se encuentra la Constitución Política de Colombia; hacen 20 años, el pueblo, como constituyente primario, delego en una Asamblea Nacional Constituyen poderes extraordinarios para definir una nueva carta que respondiera a los anhelos de justicia y paz pactados en un nuevo acuerdo social que vialvilizara sueños reprimidos por muchos años de confrontación, exclusión política, económica y social.
La indignación y el dolor por la muerte de Galán revoto la paciencia y en un acto revolucionario los colombianos, en particular los jóvenes, se movilizaron e impulsaron la séptima papeleta a través de la cual exigían una reforma constitucional por fuera del congreso de la república en el que no se sentían representados.
La idea de la revuelta social pacifica era dotar el Estado de herramientas efectivas que le permitieran responder a las expectativas de la sociedad, especialmente las concernientes a bienestar y dignidad.
Transformar la institucional y la política era un sentimiento popular elevado a la categoría de exigencia. Los estados de excepción desmentían la democracia y al amparo del estado de sitio se gobernaba. El Congreso de la República se convirtió en una entelequia bueno solo para el clientelismo y la corrupción, apéndice del Ejecutivo quien lo apartado de su principal función, la de hacer las leyes.
Desde el frente nacional la política se perdió en un laberinto de promiscuidad y desorden; las ideologías cedieron a las maquinarias y se secuestro al Estado para el beneficio propio. De esta manera se deterioro el tejido social y la convivencia. Las montañas y la clandestinidad era el refugio seguro para los jóvenes expresar las diferencias sin el riesgo de fusilamiento.
La Constitución Política del 91 cuenta entre sus logros el habernos sintonizados con el conjunto de las naciones civilizadas del mundo al comprometer con las finalidades del Estado y la sociedad civil una carta de derechos para dignificar al hombre y asegurarle la vida, la convivencia, el trabajo, el conocimiento, la libertad y la paz; todo ello, como lo manifiesta el maestro Diego Younez, dentro de un orden democrático y participativo.
El solo hecho de promulgar una constitución no alivia los males de la nación. De hecho, en plena vigencia de la constitución del 91 el país le ha correspondido padecer los males del narco paramilitarismo, con sus masacres, despojos, desplazamiento y desinstitucionalización, y los escándalos de corrupción más grande de la historia. Sin datos en la memoria están los asaltos al erario público en salud e infraestructura patrocinados por un modelo administrativo que premia la concentración de la riqueza no importa si esta es acosta de la pauperización de la sociedad.
La tutela es el logro más evidente de la Constitución; este mecanismo de protección de derechos facilita el acceso a la administración de justicia de manera efectiva. Queda pendiente más trabajo para volver realidad el anhelo de los constituyentes en la reforma política, la participación ciudadana, el pluralismo, etc.
No olvidemos dos cosas: esta Constitución solo tiene 20 años: doscientos cuatro menos que la de Filadelfia y doscientos menos que la francesa; y por otro lado al país le cayeron las peores plagas al mismo tiempo. Lincoln manifestaba que una constitución solo vive si se mantiene en el afecto de su pueblo y en el empeño cotidiano de defenderla y activarla.
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