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lunes, 13 de febrero de 2012

En estado demencial



Por: Horacio Cárcamo Álvarez
Resulta patética la actuación de la guerrilla. Cada vez que el gobierno deja ver la posibilidad de explorar caminos de diálogos para aliviar el dolor de la guerra ella responde con “bombas y matando inocente”, como lo ha dicho el presidente Santos. Los atentados de los últimos días contra civiles inocentes en Nariño y Cauca han dejado más de 16 muertos, 114 heridos y en evidencia el estado demencial de la farc-ep.
Esta guerrilla anacrónica envejecida en el monte, no guarda distancia de otros grupos terroristas como el de paramilitares y narcotraficantes, además es de orejas sordas a las recriminaciones de la comunidad internacional y ciega ante el desprecio expresado, de todas las formas posibles, por el pueblo colombiano. Como si nada pasara y con el mayor cinismo habla de paz mientras mata civiles; se quejan por la desproporción en la utilización de la fuerza cuando las del orden dan de baja a sus comandantes, y ellos siembran minas quiebra patas, y se divierten masacrando mujeres y niños.
La farc-ep se empecina en demostrar que no tiene ideales políticos y que simplemente son bandoleros de baja ralea embriagados con la muerte, como si eso no se supiese. Está claro que aquello – lo de los ideales políticos - se perdió hace mucho tiempo en la manigua por cuenta del negocio con las drogas y el del tráfico de seres humanos vilmente reducidos a la categoría de simples mercancías.
Están al descubierto; se les teme por su demencia destructiva y su indiferencia ética en el conflicto del cual son prisioneras. Por cuenta del negocio de las drogas olvidaron sus raíces políticas e ideológicas y están en la cumbre de su desprestigio ante estamentos nacionales e internacionales.
Monseñor Rubén Salazar, presidente de la conferencia episcopal, en la reciente asamblea de obispos manifestó que la farc-ep “dejo de ser una guerrilla que tenía ideales y se convirtió en una banda terrorista”; y como si esto fuera poco, el presidente Santos las identifica en el grupo de “la mano negra y peluda de las extremas ilegales” empeñado en sabotear la implementación de la ley de tierras, instrumento del gobierno para devolver más de dos millones y medio de hectáreas despojadas a campesinos y cuatro millones abandonadas por quienes en medio de la pobreza se desplazaron para preservar la vida.
La guerrilla colombiana no solo desconoce lo que está pasando en Colombia, donde la sociedad repudia la vía armada, y contrario sensu da oportunidades al pensamiento de izquierda a través de la lucha política democrática, como en el caso de Bogotá y Magangué.Tampoco lee los cambios que experimenta el mundo donde las revoluciones armadas fueron relevadas por las marcha de indignados y donde no hay posibilidad a la impunidad para delitos de lesa humanidad.
Ahora; el que se desprecie a la guerrilla no quiere decir que las cosas estén bien o que hayan desaparecido lo que Marx llamo condiciones objetivas de la revolución. Ostentamos el deshonroso tercer puesto en la lista de países más desiguales del mundo, superados solo por Haití y Angola.
Los empleos que se generan no son de calidad. Tenemos menos trabajadores que en 1994 porque la vinculación es a través de cooperativas o contratos de prestación de servicios para desnaturalizar la relación laboral a favor del patrono llámese particular o Estado y la concentración de la propiedad de la tierra es igual o peor que a comienzos del siglo pasado. Tres millones de familias campesinas tienen solo 5 millones de hectáreas, mientras que tres mil propietarios terratenientes tienen 40 millones de hectáreas.
Aun así la lucha es por la vía democrática, convencidos, que la violencia solo sirve para alentar más violencia en un espiral de nunca terminar.

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