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domingo, 22 de enero de 2012

En medio del dolor


En medio del dolor
Por: Horacio Cárcamo A
Otra vez, por cuenta de la acción criminal de sicarios la gran familia magangueleña y en particular la de Yadira Borrego Herrera se viste de luto. Sin atenuantes el dolor que causa la muerte injusta de esta mujer destacada en bondades lacera los corazones de quienes la quisieron y compartieron con ella en la cotidianidad de la vida y el trabajo; también hiere profundamente a toda la sociedad que le toca llorar sin consuelo posible la partida de sus mejores hijos cuando más se aboga por la justicia y la paz.
En las sociedades modernas es imposible concebir la muerte como un instrumento de lucha política o de cualquier tipo; el tiempo de los barbaros quedo como recuerdo negro en la historia de las civilizaciones y nadie puede connotar como un derecho el disponer de la vida de sus semejantes por la superioridad que le da el poder de las armas o la riqueza.
Desde hace mucho tiempo la violencia nos desangra y es además el gran cáncer que carcome la nación. Muchas son las generaciones de colombianos a las que nos toco ver abaleado a un amigo familiar o líder, gestores de sueños e ilusiones. Desde el inicio de la república nos matamos por cualquier razón como si este fuese un camino inexorable. Posiblemente la crueldad de las guerras de independencia hayan desarrollado en los colombianos el gen de la violencia y esta malformación genética sea la causa que nos impulse a matarnos por todo, Dios nos libre de ese designio si es así.
Cuántos muertos faltan para terminar con este espiral de desgracias? Tamaño interrogante orbita en el pensamiento de la gran mayoría, como nave que pierde el control en el espacio, y en medio de tanta incertidumbre nos asaltan nuevamente los miedos envueltos en otro interrogante: quien será el próximo muerto? Cualquiera podría ser, incluso nosotros mismos, si estamos en un país donde se mata por lo que se piensa, habla o escribe; donde, como en la canción ranchera, la vida no vale nada, o para ser más exactos: donde la vida vale menos que un celular.
De bueno los miedos no han sido suficientes como para cohibirnos el derecho a expresar el repudio y la indignación contras los asesinos, contra los mercaderes de la muerte, esa especie de monstruos que van por ahí llenando hogares de huérfanos y viudas. Las calles han sido testigo de los claros mensajes de rechazo que la sociedad colombiana envía a todos los señores de la guerra. A guerrilla, paramilitares, bacrim o delincuencia común; no se les quiere, sus métodos de odios nos lastiman en demasía y avergüenzan ante el mundo.
El sepelio de Yadira Borrego fue un momento eterno de expresión de amor y solidaridad con su familia y su hijita; también fue un acto colectivo de malestar y rabia contra quienes segaron su existencia. No es fácil llevar a su última morada a personas útiles a la sociedad, al Estado y la familia cuando están en pleno torrente de vida y productividad. Eso duele demasiado en el alma de los pueblos.
Sin embargo, y a pesar de todo, el dolor y los miedos no nos pueden abatir; debemos mantenernos firmes en el umbral que conduce al palacio de la paz, y seremos, como dijese el apóstol de los derechos civiles y la democracia, Martin Luther Kingn, capaces de esculpir de la montaña de la desesperación una piedra de esperanza.

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