Por: Horacio cárcamo Álvarez
La década de los años 20 se le conoce por el desarrollo del capitalismo Colombiano. La antecedió la pérdida del canal de Panamá, vergüenza política del siglo veinte, y la decrepitud de una hegemonía partidista que sin ruborizarse ante el lente de la cámara de la historia vendió al imperio de todo: dignidad nacional y riquezas materiales en particular.
Entramos a la modernidad en el siglo XX con la mutilación del territorio nacional consumada el 3 de noviembre de 1903. Muchas fueron las causas que ocasionaron la perdida de Panamá, pero sobre todas estuvo el interés de los Estados Unidos de Norte América de hacerse con el territorio para la construcción de un canal interoceánico como estrategia de la geopolítica militar del momento.
Con la aparición del modelo capitalista un nombre quedo escrito con poca reputación en la historia de explotación y despojo en nuestro país. “United Fruit Company”; empresa bananera amiga de dictadores sanguinarios como Jorge ubico en Guatemala, promotora de la corrupción en los gobiernos de los países subdesarrollados de América donde fueron plantando su emporio económico y de atrocidades, en particular contra la clase obrera victimizada con el hambre, el destierro y la muerte.
En Libia el sátrapa que lidera su gobierno bombardea la población, que sin miedo lo enfrenta y en la calle marcha por las reformas que lo liberen del hambre y del dictador. También en Colombia el fúnebre teniente Cortes, militar de esos que ensucian las armas del ejército al ponerlas al servicio de oscuros intereses, había decidido en 1928 fusilar a los obreros de la compañía bananera que en la plaza demandaban mejores condiciones laborales.
La United explotaba al pueblo y lo mantenía en condiciones de pobreza, solo los capataces, que también eran pueblo, gozaban de algunos privilegios, de pequeñas migajas y subvenciones materializadas en mejores barracas y cuotas de autoridad sostenida en la dureza del látigo que cargaban para azotar trabajadores cuyo comportamiento pusiera en riesgo la empresa del amo.
El capataz que no tenía personería era el muñeco del ventrílocuo, era quien enfrentaba, quien daba la cara, quien traicionaba a su gente contribuyendo con su ignorancia a fomentar el estatus quo de privilegios para pocos y exclusión a grandes mayorías.
Ahora se ha puesto en moda lo que se podría llamar “política de capataces”. Los dueños del negocio patrocinan campañas a sus empleados y los convierten en dirigentes políticos amparados en la tesis de que no se necesitan calidades sino, chequeras para comprar votos.
Como a los capataces de la triste y recordada United Fruit Company se les cambiara de barraca y se les pondrá un látigo en las manos. Mientras tanto la pobreza avanza, los servicios públicos son de mala calidad e inaccesibles, las ciudades seguirán en su deterioro físico y moral y los lamentos por la calidad de lo que se elige no se detendrá. Y las arcas de la compañía como pipona cinchada.
En Colombia la política siempre ha sido una actividad de mediocridad y desprestigio, por ello el pueblo en su sabiduría la ridiculiza y caricaturiza, como cuando los bogotanos eligieron un lustra botas al concejo del distrito capital. Lo que no resultaba frecuente era que los empresarios de la política mofaran a la sociedad con la calidad de los candidatos que apadrinan.